Realidad, ficción, realidad

#¿De dónde sale todo ese odio? En la película «Mississippi en Llamas» (1988), se cuenta una historia real. El asesinato y la desaparición, en 1964, de 3 activistas por los derechos civiles en el pueblo sureño de Jessup, en Estados Unidos. Grupos armados paraestatales, un gobierno federal y una de sus fuerzas de seguridad, la muerte y su posterior encubrimiento. En qué se parece y cuáles son las diferencias con el caso de Santiago Maldonado.

Toma 1-Mississippi

3 jóvenes, 2 de ellos blancos y uno negro, luchan por los derechos civiles, en el marco de la puja histórica entre el esclavismo capitalista y el moderno capitalismo. Corre 1964 y hace unos meses el Presidente John F. Kennedy fue asesinado y los negros, en gran parte de Estados Unidos, no eran ciudadanos plenos.

En ese contexto, la combinación entre un temible grupo racista y parestatal (el Ku Klux Klan), con el poder local generan como resultado la muerte y la posterior desaparición de los 3 jóvenes. Se trata de Michael Schwerner, de 24 años, Andy Goodman, de 20, y James Chaney, un negro de 21 años, que llegaron desde Nueva York y forman parte de lo que se denominó el “verano de la libertad” durante el cual miles de militantes procedentes, en su gran mayoría, de Estados del norte del país, fueron al sur en campañas para registrar a los negros para que votaran.

Los tres hombres habían visitado una iglesia de negros que había sido incendiada, cuando la policía los detuvo el 21 de junio, bajo el pretexto de que viajaban en su automóvil a velocidad excesiva.

Schwerner y Goodman, ambos blancos y judíos, y Chaney, negro, fueron dejados en libertad en medio de la noche en esa localidad de Mississippi, y poco más tarde fueron capturados por un grupo de hombres entre los que se contaban policías y miembros del KKK.

Cuarenta y cuatro días después, tras una intensa pesquisa dirigida por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), los tres cadáveres, con muestras de palizas y acribillados a balazos, fueron recuperados del embalse de una represa, que en la película es mostrado como un pantano.

Toma 2-Esquel

Un grupo de jóvenes, casi todos mapuches, cortan una ruta nacional en medio del reclamo y la disputa por territorios que consideran propios, con características ancestrales. Es la contradicción que puede ofrecer uno modo de vida donde la propiedad de la tierra tenía un sentido comunitario y otro donde el único sentido es la concentración de la tierra como destino de la propiedad.

Entre los mapuches hay un muchacho de 28 años, que había viajado desde el Norte y compartía vida y solidaridad con la comunidad mapuche. Es blanco, de ojos profundos que miran lindo.

Una orden del juez federal de Esquel, Guido Otranto, determina que la ruta debe ser despejada y actúa una fuerza federal, la Gendarmería Nacional. El componente paraestatal también está presente en estas escenas. No tendremos el KKK de los Estados Unidos, pero los “esquemas de seguridad privada” de los terratenientes en disputa con los mapuches, como los Benetton, son un complemento de las fuerzas federales, que en este caso actúan por sobre la policía local.

La orden es sobrecumplida por Gendarmería y la ruta despejada (son un grupo de unas pocas personas), es el preámbulo para iniciar una cacería que deja como resultado un desaparecido.

Tras conocerse la noticia, muchas crónicas lo nombran como el tatuador o el artesano, ocultando junto a su cuerpo que no aparece, ni vivo ni muerto, su nombre: Santiago Maldonado.

Es el regreso de la consigna de “Aparición con vida”. Es el ensamble de las piezas que conforman la cadena de encubrimiento. Es el camino, ya transitado tantas veces, de las pistas falsas y las operaciones, políticas y mediáticas.

Argentina no es una película (de Hollywood)

A diferencia de la película de «Mississippi en Llamas» (dirigida por Alan Parker), donde las fuerzas federales, intervienen por sobre los poderes locales, inician la búsqueda y logran el hallazgo de los cuerpos sin vida de los activistas, en el caso de Santiago Maldonado, son las propias acciones del gobierno Nacional las que impiden el normal desarrollo de una investigación.

Por algunas razones, que de tan simples, quedan en un segundo plano. No hay posibilidad de avanzar a fondo en cualquier búsqueda si, por ejemplo, no se sigue la ruta de las comunicaciones telefónicas de esos días, como punta de un ovillo enmarañado que no hay intención de desenredar.

Porque en la punta de ese hilo está ni más ni menos, que el jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad de la Nación, Pablo Noceti, que el 1° de agosto (día del operativo de despeje de la Ruta 40, de la cacería humana y posterior desaparición de Santiago Maldonado), pasó a “saludar” por el lugar.

Porque en ese recorrido que durante casi 80 días no se hizo, se perdió la posibilidad de saber, porqué hubo llamados que alertaron sobre las pericias que se iban a hacer a las camionetas de Gendarmería, que arrojaron como resultado la ausencia de pruebas que determinen el paso de Santiago por alguno de esos vehículos.

Asimismo, el manejo de los tiempos y el sentido de la oportunidad de los acontecimientos, generan preguntas que ojalá tengan respuestas.

¿No es sugestivo que un día después de conocerse el pedido de la fiscal del caso (Silvina Ávila), sobre el registro de llamadas de Pablo Noceti, en medio de un nuevo operativo de búsqueda encabezado por el juez subrogante de la causa (Gustavo Lleral), “aparezca” un cuerpo sin vida en un lugar tres veces rastrillado con anterioridad?

¿No sería conveniente una explicación mayor de parte de la autoridad política más importante del país sobre este tema que lleva semanas? El presidente Mauricio Macri, en apenas un par de ocasiones habló del asunto y casi no mencionó el nombre que pone otra vez el concepto de desaparecido en la agenda pública: Santiago Maldonado.

Queda claro, hace muchos días en verdad, que la ministra de Seguridad no estuvo a la altura de las circunstancias y su actuación fue de la incompetencia al oprobio. Patricia Bullrich debió, al menos, haberle pedido la renuncia a su Jefe de Gabinete salvo que, como lo indica una cadena lógica de responsabilidades políticas, la actuación de Noceti, estuviera avalada por la propia Bullrich.

Y lo mismo vale para el propio Macri. ¿No debió haberle pedido la renuncia a Bullrich?

La cadena de responsabilidades políticas se puede hacer más débil o más fuerte a medida que se le agregan eslabones. Depende el origen de una orden y sobre todo de las posteriores reacciones. Si el operativo cacería encabezado por Gendarmería post orden judicial, surgió de la propia fuerza en una actitud propia, como si fuera un reflejo del emprendedurismo punitivo, las respuestas políticas debieron ir más allá del encubrimiento y actuar apegados a la ley. Nada de eso ocurrió.

Ahora, en cambio, si la orden emanó del poder político (sea del ímpetu ejemplificador de Pablo Noceti , del deseo meritocrático de Patricia Bullrich o del pensamiento y acción de Mauricio Macri), la sociedad merece que esa decisión sea transparentada.

Epílogo abierto

Estos acontecimientos vuelven vigente la pregunta que hace Alan Ward, el personaje de Willem Dafoe en «Mississippi en Llamas» a su colega del FBI, Rupert Anderson, interpretado por Gene Hackman: ¿de dónde sale todo ese odio? La respuesta de Anderson/Hackman está en el fragmento de la película que está al final de estas líneas.

Mientras tanto, el ¿Dónde está Santiago Maldonado?, se va desdibujando al compás de un espantoso tiempo de autopsias y comprobaciones científicas que configuran el peor de los finales y nos dejan abiertas las mismas preguntas de siempre.

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