La grieta, entre fortalezas y debilidades

En los procesos históricos, las disputas de intereses se sostienen porque de uno y otro lado hay grietas y fisuras por donde penetran las avanzadas simbólicas y reales de cada sector.

Si todo fuera tan monólitico, inexpugnable y sin grietas, como dicen los que sostienen las falsas uniones, no habría avances y retrocesos de los bloques que componen una sociedad intramuros, ni tampoco entre intereses nacionales, fronteras afuera.

Negar la grieta, desconocerla, cambiarle el verdadero sentido, no solo es poco práctico, sino ingenuo.

Es parte de un discurso del poder, que tiene bien presente su sentido en frases como “el silencio es salud” y que nunca olvida que una de las grandes metáforas de la paz, termina siendo la de los cementerios.

Si la dictadura cívico-militar comenzada hace 41 años, dejó impregnada su herencia del “no te metás” o el “por algo será”, los tiempos del pragmatismo globalizado del primermundismo noventoso, sumaron el cinismo y la impunidad de la palabra devaluada.

“Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”, decía el ex presidente Carlos Menem y parte de la sociedad lo festejaba, como se celebra el chiste del amigo canchero, que trampea en un juego, cual partido de truco en el que se puede cantar un envido con 26 y asustar a los crédulos rivales.

Esos matices siguen presentes y no se resuelven en una elección. Cambios profundos llevan generaciones y a veces durante varias no se alcanzan a vislumbrar.

Pero es necesario y humanamente imperioso dar esa batalla.

Porque los futuros siempre se construyen atreviéndose a avanzar sobre las grietas, agudizando las contradicciones y creyendo que se puede.

No con el slogan vacío y marketinero, sino con ese optimismo de la voluntad de la que hablaba Antonio Gramscri, allá por los años 30 del siglo 20.

Nota al pie:

El comunista italiano Antonio Gramsci, prisionero del fascismo hasta las vísperas de su muerte, defendía la necesidad de compaginar “el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”. Dicho en otras palabras, tan necesario como el análisis frío, sereno y a veces desanimante de la realidad es conservar los motivos éticos que iluminan nuestras vidas, mantener la utopía, tener confianza en los pueblos y en su intuición, oponerse a la individualización de los méritos, creer en el futuro y en el presente, no esperar pasivamente a que maduren las condiciones objetivas sino trabajar diariamente por cambiarlas, dar a la subjetividad el importante papel que le corresponde en la transformación histórica, disfrutar con los triunfos conseguidos, construir la identidad colectiva en la lucha, en los valores de solidaridad, cooperación y dignidad, en la incorporación de las tradiciones de nuestra civilización, en la defensa de los derechos conquistados.

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